Querido Marcos:
Lunes
2 de Marzo, con "Pegame que me gusta" de Lalo Barrubia. Tardenoche montevideana.
Se va
la luz del día. Cae la luz de la noche. Yo voy corriendo la silla para que me
de la luz del alumbrado público. Los reflejos del bar. Ubico el libro de tal
modo que el blanco de la hoja se amarille, para que se contrasten las letras.
Estoy todo torcido en la silla. Puteo. El perro me mira. Suspira. La noche cae.
El cuidacoches fuma en la esquina. El olor a tabaco llega. Me distrae del tema
de las luces. Quedo oliendo. El perro hociquea. El cuidacoches se va. Entro la
silla, prendo el ventilador y la luz. Prendo el equipo de audio de los noventa
enchufado al dvd de los dosmil. Pongo un disco
porque en la radio no sintonizo nada bueno. La radio es como la cabeza
de uno. Me siento en el sillón cama donde pernoctan los amigos. Es semana de
campeonato. Es lunes de campeonato. El libro se abre de nuevo como la mujer de
siempre. Como el arco de Julián Laguna. Como el túnel de Belvedere. Como las
puertas del 546. Como Marzo. Como la puerta de casa. Ella entra. Otro capítulo.
PD: Te mando éste artículo que encontré navegando, para inaugurar ésta correspondencia.
Fuerte abrazo.
A.
http://www.marca.com/blogs/hierba-mojada/2015/02/26/luis-suarez-y-el-orgasmo-del-gol.html
Amigo mío:
Debuto en
esta ida y vuelta leyéndote, e imagino a Montevideo de noche, con sus casas
pidiendo silencio, sus bares de mostrador enchapado en los 60 y el tarareo de
murga tibia de Marzo y los puesteros armando para la feria; un vaso de vino, dedos manchados por humo del
cigarro, aprovechan y te escriben sobre
las distancias, de las geográficas y de las otras.
Entre nosotros:
el Río de La Plata, marrón y ancho, serán unos 200km de agua…ponele, y lo
cruzamos desde un blog pa decirnos que nos pasa.
Hace unos
minutos hablamos con Alan y Kelly por Skype, y la imagen nos abrazo desde New York,
pa contarnos…que nos pasa.
Alan armó su
taller de bijoutery, está trabajando la plata, piezas muy delicadas. Alan
Montesinos que dejó su tierra (Sucre, Bolivia) para vivir con su amor, Mary Kelly
Beeman, socióloga y artista, oriunda de Oklahoma. Se conocieron en Sucre, se
enamoraron y se casaron, vivieron un par de años en Boedo y ahora alquilan un
apartamento en Brooklyn.
El sueño de
Alan era tocar la batería, latinjazz en algún club de N.York, pero hoy en día
se conforma con poder vivir y soportar
el duro invierno del norte. El apartamento es pequeño, pero han podido montarse
sus talleres, uno para cada uno, uno al lado del otro, Alan construye sus
piezas en plata y Kelly pinta y dibuja. Muy cerca, muy juntos, es la necesidad
de empujar el barco cuando las cosas se ponen jodidas. Nos contaron que no
tienen amigos, o mejor dicho…les cuesta tener esa sociabilidad que mamaron en
este Río de la Plata: la charla en la verdulería, el asado nocturno, el Malbec compartido que
mancha las sonrisas y el piano de Kelly…
Recuerdo una
noche en que Alan, ebrio, tiró abajo la puerta del vecino, a patadas, porque se
quejaba del volumen de la música mientras el piano, la batería y la guitarra le
taladraban el sueño a las 5AM. Policía, denuncia, cárcel por unas horas. Tuvo
que pagar la puerta.
Kelly cantaba, y tocaba el piano en horarios, digamos,
normales para la vida cotidiana de cualquier ama de casa. El problema era de
noche, y el apacible sueño de sus vecinos acechando. Era imposible contenerse,
los dedos acariciaban lentamente las teclas de piano y Kelly cerraba sus ojos y
cantaba su viejo Blues. El contagio. La batería de Alan. La guitarra de Lázaro
a veces, o mi armónica quizás. El apartamento 7ºB en Colombres y Carlos Calvo era como un
delicioso tumor musical incurable, propio del mismo edificio.
Y te decía,
que andan extrañando amistades. Compartir “eso” que nos hace elegirnos, esa
alquimia que nos lleva a decirnos qué nos pasa, pero sin chamuyos. Y la
distancia…, qué diferencia habría si viviésemos muy cerca, pero ¿eligiéramos no
vernos?, por no conocernos o por falta de interés o por cualquier circunstancia
de la vida. No existiría la distancia, sería una imposibilidad, y a su vez sería
la distancia misma, pero sin tomar conciencia de ella. La distancia. El tramo
entre un punto y otro, que también nos habla de la amistad, de elegirnos.
Y Alan y
Kelly andan medio solos, en Brooklyn, preguntándose cómo se mide la soledad.
Hoy te
escribo amigo, y me parece que ésta es una forma de acortar esa distancia y de
contarnos la vida. Ayer Sábado comencé el año radial, 14 años al aire (el
tiempo también es distancia), y la radio construyendo puentes con gente que por
la web te escucha desde Sevilla o Los Ángeles,
orejas quemando kilómetros. La radio, lo efímero, el momento irrepetible que
fluye y comunica para luego desaparecer…
La web me contó
que Liverpool gano 3 a
0. Bien de bien, vo. También me contó que en el país de Alan, Bolivia, en la
ciudad de Tupiza, hay una estatua de Víctor
Agustín Duarte. La leyenda dice que fue el mejor jugador del fútbol boliviano,
que el estadio de Potosí lleva su nombre, y que jugó en la selección Boliviana en
el mundial del 50, aquel 8 a
0 con que se iniciaron Obdulio y 10 más, camino al Maracanazo.
La estatua
esta rodeada por casas bajas, algunas de adobe, que pueblan Tupiza, que silenciosa
se esconde entre montañas. El escultor
lo concibió con una pelota debajo del pie, con cortos anchos y la camiseta con
cuello, sus brazos abiertos, la cabeza
levantada, como eligiendo el pase, como si allá a lo lejos la corrida del win prometiese
la gloria.
Abrazo apretado.
Querido:
Cuando conocí a Alan sus palabras se perdían en un balbuceo de hojas de coca y cerveza inentendibles. Cuando lo miré a los ojos vi que las palabras a veces no son necesarias. Se extrañan esos dos personajes. Se los extraña a ustedes. Boedo son ustedes cuatro, y el poeta de la vuelta, y toda la merza que se movió entre nosotros un lindo tiempo. Y que ahora flota por el mapa con los recuerdos y las inacabadas ganas de encontrarse. Seguiremos hablando de la distancia, acortándola con correspondencia.
Con Liverpúl perdimos nuestro primer partido. Un hito en la temporada a manos de Central. Nos quitaron el juguete del invicto. Ese juguete de los niños que se transforma en un montón de cosas según lo que se quiera. Nos dejaron tristes. Pero la tristeza es parte del fútbol. Y esa palabra revancha, como la mayoría de los fonemas futboleros, sirve para todo en la vida. Al rato volví a las canchas en un apuro quejoso y entusiasta, con un tendón rebelde y unas ganas bárbaras. Fueron 40 lindos minutos de fútbol y hasta ahí llegué. Tuve que salir y ahora enmiendo con textos y fisioterapia una nueva recuperación. Gajes del oficio. Gajes de la emoción. Al siguiente partido volvimos a la victoria, y al empate, y así estamos en ese tire y afloje que se llama segunda rueda. En la puerta del Estadio de Belvedere hay una leyenda debajo de una camiseta negriazul que dice: "En el corazón de la hinchada". Se refiere (por el numero 14 de esa camiseta también pintada) a Carlitos Ruso Macchi, con quien tuve la suerte de jugar en Miramar Misiones y quien hoy día deambula Montevideo manejando un taxi. Un taxi que también acortaría distancias entre el ídolo y el hombre.
Fuerte abrazo.
Agustín.
Querido:
Buenos Aires el calor no renuncia y se mezcla con las hojas de otoño, que enloquecidas se arremolinan en las esquinas. El Domingo nos juntamos con amigos, asado, Fernet y Malbec oriundo del Valle de Uco. Lo hicimos en la casa de un amigo que regresó de Valizas hace unos días con la idea de volver y vivir en algún rancho en la playa durante el invierno. Nos pasa a todos, nos enamoramos del lugar y queremos quedarnos con un pedazo, asegurarnos la pertenencia; al poeta uruguayo Hernan Poloni también le pico el bichito, sacó un préstamo y compro un terreno en Punta del Diablo. Qué mejor musa? Playa, bosques, noche estrellada, brisa de mar... sé que suena cursi. Un pintor amateur inspirado en un anuncio de agencia de turismo, sol, arena, chicas sonriendo en bikinis, mar azul, una gaviota y pocas nubes dan luz al norte del lienzo. Yo quiero. Quiero más. Todos queremos más , aunque sea un rato, ese pedazo de tiempo donde jugamos entre las olas a que todo es nuestro.
Poloni, en su libro "Y, conjunción copulativa para que las palabras se hagan el amor" escribe : “…hoy solo te abrazaré, confundiéndote con el mar, abriendo y cerrando mis brazos te apretaré como si fueran mis últimos abrazos..contra mi mismo ”. Y lo imagino con los ojos cerrados, sonriendo, abrazando el hueco de la pared de agua antes de que la ola rompa. Y sin dudas habla de amor, pero hace hincapié en ese momento, dice: “…hoy te abrazaré...". Es ese espacio al que me refiero, ese HOY donde nos convertimos en reyes y somos conscientes de que sonreír no es tan ambicioso.
En la película "La playa", con DiCaprio, reluce esa playa paradisíaca y la idea es la imposibilidad de la utopía sin renunciar a ella y... su precio. Y donde ese HOY es todo el tiempo, mañana, pasado, dentro de un mes, siempre. También nos muestra ambición, poder, locura y muerte, HOY, en ese lugar, en esa playa. Ahí es donde se nos arquean las cejas. No aceptamos un discurso diferente, no en ese lugar. Sin embargo, hace unos meses en Valizas encontraron el cuerpo sin vida de Lola Chomnalez, de 15 años, quien según pericias murió ahogada con arena luego de recibir uno o varios golpes; no la violaron. A la semana encontraron su mochila, solo faltaba la plata .
Valle me dijo: pobre pibita, y justo en ese lugar tan hermoso. Incrédula se acercó a la noticia que nos bombardeaban los canales de tv. Juan, mi amigo, el que volvió de Valizas me dijo que no podía creer que haya sucedido allí. El aún quiere volver en invierno a escribir.
Y el mar sigue ahí, olas buscando el abrazo, la arena, y las chicas en bikini, la sonrisa y también la muerte se hace un lugar para contarnos que somos artífices de ese espacio y que todo puede suceder, también allí.
Hace unos años en Nexpa, estado de Michoacán, una playa solitaria para surfers en el pacifico mexicano, casi me ahogo, el mar traicionó la idea de jugar entre las olas y la pasé jodido durante 5 minutos que parecieron horas; una vez que llegué a la orilla quedé tirado, respirando profundamente boca abajo, no podía levantarme. Minutos después miraba en silencio ese mar y pensaba que podía haber muerto, las personas más cercanas eran puntitos negros en el horizonte de arena; realmente podía haber pasado. Por la noche cené huevos revueltos, en el bar que monopolizaba la gastronomía del lugar, menú muy escueto y cara de pocas ganas en el cocinero, un solo comensal. Era la única edificación de material, a unos 50 metros una casucha de madera oficiaba de almacén y oficina de alquiler, enfrente los baños comunales, agua fría, y dispersas en la playa entre las palmeras, unas 15 o 20 chozas de junco y madera. La mía tenía puerta de madera barata con los herrajes herrumbrados por el efecto de la sal y una ventana en las mismas condiciones. Dentro, una cama con colchón, mosquitero, un tronco que hacia de armario, una mesa y una silla. La puerta tenía cadena y candado, y para que se quede abierta había que arrimarle una piedra. El piso era de material, y las paredes y el techo de junco. Finalizada la cena, caminé hacia mi choza con la luna como único reflector de la solitaria noche, y al llegar a la puerta se aparecieron dos hombres de mediana edad, uno gordo y muy alto que me tendió la mano y me preguntó si quería mota, el otro bajito y de barba espesa me dijo -Tranquilo amigo. Atiné a retroceder desairando la mano extendida y subiendo el volumen de mi voz, les dije que ya tenía pero que un amigo quería y señalando hacia algún lugar los invitaba a alejarse de la puerta, cosa que registraron pidiéndome que me acercara, tranquilo amigo, y les repetí que vinieran conmigo hacia lo de mi amigo y viéndome decidido y enérgico (desesperación entre nos), se alejaron sin mediar palabra y desaparecieron en la oscuridad. Seguro de su ausencia apuré el paso hacia la puerta, abrí el candado, me metí dentro y volví a colocar la cadena. Recordé que allí no había policía, ni hospital, ni centro turístico y me sentí huérfano. Encendí la vela y me puse a mirar por las hendijas de la ventana cerrada, luego me di cuenta de que me podían ver y apague la vela. La choza se hizo silencio, afuera, a lo lejos, un gringo ebrio puteó durante unos minutos. De repente escuché las voces de los dos hombres que pasaron junto a mi choza que se desvanecieron paulatinamente. Otra vez silencio y…escucho un rasgueo en el otro extremo de la choza como si estuvieran desgarrando el junco despacito. Tomé mi cortapluma y la piedra que servia de sostén de la puerta y me acerqué lentamente, y el sonido se detuvo para aparecer a mis espaldas en el lado opuesto de la choza. Giré y caminé hasta allí, y nuevamente el rasguito se detuvo. Observé por entre los juncos, pero no veía nada, no escuchaba nada, solo el terminar de las olas. Y pensé en que una patada en la puerta podría terminar con un asedio tan meticuloso, que se habían dado cuenta de que no dormía y que iba de un lugar a otro. Y otra vez el rasguido, el junco quebrándose a mis espaldas y fui hasta ahí y otra vez llegar y silencio.
Solo recuerdo que desperté en la cama vestido y exaltado con el cortaplumas en una mano y la piedra en la otra. La luz del día me animó a salir, revisé las paredes de la choza y no vi nada que me indujese a pensar que alguien habría estado abriendo el junco, busqué un hueco, alguna rotura, algo que reafirmara ese sonido , pero nada encontré. Pero en ese paraíso algo había cambiado, algo me decía que me vaya, que algo no estaba bien. Sabia que el ómnibus pasaba temprano, que ya no llegaría y que me tendría que ir al otro día. Decidí tranquilizarme, encontré una pequeña bahía a unos 500 metros donde me pude bañar sin riesgos. Por la tarde sociabilicé con unos surfers y me pasaron una mota que caté desde la hamaca en la puerta de mi choza, mientras observaba cómo hacían piruetas con sus tablas sobre las olas cómplices. Y en ese silencio, en esa quietud, escuché nuevamente el sonido: el rasgueo en el junco. Miré hacia abajo y contra la pared de la choza unos 3 o 4 caracoles asomaban desde sus pequeños caparazones, sacaban sus patas y en los extremos tenían unas llamativas uñas las cuales usaban para trepar por el musgo que había originado la humedad del suelo sobre el junco. Trepaban, algunos caían y retomaban el trayecto hacia arriba, y en la otra punta aparecieron otros pocos caracoles que comenzaron a trepar y a rasgar, espectadores de lujo de mi carcajada.
Temprano por la mañana, entregué la llave de la choza y me fui.
No sé porqué te cuento esto, quizá porque como en la película de DiCaprio, yo tuve mi playa, con todos sus argumentos, los que nos hacen querer más y los que nos empujan fuera. De todas formas, con Valle, seguimos con ganas de irnos pa Valizas, de que las canas nos encuentren mirando en silencio el arroyo, el cerro de piedra, las dunas mostrándonos el camino a Polonio, y al costado el mar, siempre azul, agazapado, como esperando que algo suceda.
Abrazo apretado.
Marcos.