La
máquina de café en la esquina donde dobla el mostrador,
como
un fabuloso Cadillac quemando ruedas, leche, agua
y
al fin el pocillo, que vuela como un no identificado objeto.
Un
hombre impávido desliza con los coches su tardecita, pierde su mirada en una
mina,
tuerce
sus ganas de alcohol.
Limpia
sigiloso con la servilleta, lo que queda de viejo en la mesa,
lo
que queda de viejo en su voz.
Todo
tiene que ver con Montevideo.
Pasa
la tarde, cambia el sol su tenor de calor.
Los
hombres se van, ya vieron los goles. Y las mujeres.
Las
botellas vacías ruedan a los cajones.
Las
máquinas quedan llenas de fichas y de ilusión.
Las
cuentas, los números, cafetín.